Quizás un no belga todavía no pueda imaginar un ICE, un dulce (“praliné” en belga) que se derrite en la lengua y que, tras la aspereza inicial, libera un chorro de chocolate en la garganta.
Está lleno de luz, dispuesto a explotar en todas direcciones o a quedar encerrado en sus deseos por corsés dorados o plateados.
ICE es como un asteroide de luz que viene de la nada, que viene de otro lugar.